DISCURSO DE CLAUSURA DEL CURSO UNIVERSITARIO 2016-17 POR D. ÁNGEL ORTÍZ DÁVILA, DIRECTOR DIARIO HOY

Presidenta de la Asamblea, directora, claustro de profesores, autoridades, padres y madres, alumnos del centro universitario Santa Ana.

Agradezco sinceramente el privilegio que me conceden de acompañarles en esta clausura del curso académico, de ofrecerme la posibilidad de intervenir en un acto de esta importancia y de poder dirigirles unas palabras. Más aún, valoro que hayan tenido a bien considerarlas, mis palabras, como aparece en el programa: nada menos que como una lección, la última lección.

Comprobaréis pronto, si no lo habéis hecho ya, que en la vida no existen las últimas lecciones. Siempre quedan lecciones por recibir. Recuerdo una de cuando yo estudiaba Periodismo. El decano de nuestra facultad impartía la asignatura de Sociología. Después del examen de fin de curso, un compañero y yo acudimos a su despacho para que nos subiese la nota. Yo había aprobado, pero entendía que merecía una puntuación mejor. Mi compañero, sin embargo, suspiraba por un cinco, el suficiente raspado. Él entró primero. Se demoró poco en salir. Y lo hizo como con cara de susto.

Lleno de curiosidad, le pregunté qué tal le había ido. Apresurado, me contó que había intentado explicar con argumentos más o menos técnicos por qué su examen era al menos de aprobado. Pero que, a la vista de que sus razones intelectuales resultaban inútiles, recurrió al sentimiento, a la emotividad, a la fibra sensible y el lagrimeo. Por favor, apruébeme, me dijo que le suplicó: ya me suspenderá la vida. La respuesta de nuestro decano fue tajante: ‘La vida soy yo’. Comprenderéis que los dos nos volvimos por donde habíamos venido.

Cuando la directora, Carmen Fernández Daza, me invitó generosamente a dirigirme a todos ustedes, especialmente a los alumnos de Santa Ana, pensé en dos cosas.
En el futuro, pues los recién graduados sois en esencia eso, futuro, porvenir en estado puro.

Y en cómo la singular mezcla que hace Internet de tres elementos, la información, la globalización y la tecnología, está en el centro de su transformación y de la que nuestro horizonte social inmediato o presente está experimentado hasta convertirse en un territorio desafiante. Inquietante a veces. De ahí el título de mi intervención.

 

Yo solo voy a hablarles de lo que observo en el ejercicio diario de mi trabajo, que como saben consiste en dirigir un periódio, el HOY, el medio de comunicación por excelencia en Extremadura. En el HOY contamos noticias. Para ello usamos distintas herramientas: las más importantes son la palabra, buenas fuentes, la curiosidad y la observación crítica. Son las mismas que he empleado para construir este discurso.

En un momento caracterizado por profundas incertidumbres sociales y económicas, de cambios políticos vertiginosos, de retos mundiales de tamaño colosal, he de deciros que en los diarios, incluso en los más modestos, como el HOY, tenemos pequeñas ventajas: además de un privilegiado punto de vista, llevamos ya muchos años viviendo una revolución brutal y constante de nuestro trabajo, atravesando una tormenta perfecta para nuestro oficio tal y como evolucionó y se consolidó durante el siglo pasado. La inestabilidad, la inseguridad respecto a lo que nos anticipan los avances digitales y la proliferación de nuevos negocios que rompen o cambian de la noche a la mañana las reglas del periodismo y la gestión de la información articulan ese paisaje de apariencia sombría que puede verse desde las ventanas de todas las redacciones del mundo. También desde la nuestra.

Ahora bien. Ingenieros, trabajadores sociales, docentes, pedagogos, gerentes, agentes de ventas, sanitarios, cargos institucionales, funcionarios... Da exactamente igual. De un modo u otro, antes o después, en carne propia o en la de amigos, hijos, hermanos o familiares, siempre de manera más profunda de lo que podáis prever, la web y su capacidad de acelerar los procesos de interacción de la información y la tecnología a escala global protagonizarán, como un laberinto en tres dimensiones, vuestras carreras profesionales de un modo que ninguno de los que estamos aquí podríamos siquiera adivinar.

El profesor Bauman, prestigioso sociólogo polaco recientemente fallecido, ya acuñó hace mucho la expresión ‘posmodernidad líquida’ para caracterizar ese ecosistema humano, social, político, económico, comercial y empresarial. No me negaréis que la imagen no es sugerente y lúcida. Liquidez evoca a plasticidad. A mí me trae a la mente un gran tsunami. O la espuma que deja atrás una ola cuando se retira de la playa y se filtra entre la arena.
Pienso en que es imposible apretar un puñado de agua. Y en que ahora las relaciones personales, también por tanto las comerciales, las económicas, las científicas o las laborales, en tanto líquidas, son más indefinibles que ciertas, más mutables que permanentes. Vaporosas incluso.

¿Por qué? Por la velocidad. Porque gracias a la web el hombre ha sido capaz de fabricar tiempo como nunca antes lo había hecho.
Lo que a mi modo de ver, según percibo por mi propia experiencia, ha hecho Internet es acelerar todo de manera salvaje. Y eso no es ni más ni menos que fabricar tiempo. Fabricarlo salvajemente. Es lo que ocurre cuando pasamos del correo tradicional al electrónico y después al wasap. Es lo que ocurre cuando, para conocer los gustos de un público objetivo, una empresa como Facebook solo necesita observar la actividad en sus muros de algunos miles de sus cientos de millones de usuarios, en apenas un instante. Hacer tareas más deprisa o multiplicarlas infinitamente en muy poco tiempo, y sin barreras de ningún tipo, ni administrativas ni legales ni físicas, no es otra cosa que fabricar tiempo.

Parece como si Dios hubiese dado al mundo un empujón extra. Da la sensación de que la tierra ha comenzado a rotar sobre su eje más rápidamente, como una peonza. La mensajería instantánea, las alertas de última hora, un me gusta, informarse cliqueando y no leyendo ni comprendiendo... Todo ya, aquí, gratis, fácil, siempre accesible, personalizable, compartible, permeable.

¿Por qué esto es tan importante?

Primero, porque el tiempo es lo más valioso que existe en el mundo. Más que el dinero, más que el poder, más que el oro, más que la salud, más que nada. Es valioso porque uno nunca sabe cuánto tiene. A lo mejor lo supone, pero en realidad no lo sabe. Y porque además se gasta sin remedio. Siempre a un ritmo constante de sesenta segundos por minuto.

Muchos de vosotros, jovencísimos, no sois conscientes aún porque por fortuna disfrutáis de un depósito que rebosa de tiempo. Es vuestro futuro. Os quedan muchos años por delante. Muchas lecciones. Los que ya tenemos cierta edad empezamos a valorarlo algo más. Primero son los achaques, se descubre que trasnochar pasa factura, luego llegan los hijos, el plan de pensiones... Veréis, yo sé que me empiezo a hacer viejo porque hago cálculos que hasta ahora no hacía. Por ejemplo, que si viviese 90 años, ya habría completado la mitad de mi vida. O que cuando mi hijo cumpla 20 yo tendré 60. Así es como sucede. Así es como envejecemos.

En segundo lugar, la dictadura de la inmediatez es importante porque internet tiende a concentrar la fabricación del tiempo en muy pocas manos, según lo que se denomina un modelo de jugador único. O casi único. Podemos comprar coches, lavadoras o perfumes de muchas marcas, pero en todo el mundo sólo se usa prácticamente una red social, Facebook, una tienda digital, Amazon, un buscador, Google, una aplicación de transporte, Uber, una de pagos, Paypal, una de hospedajes, Airbnb...

Esto es así por muchas razones que los gurús os explicarían, previo pago, en caras conferencias ayudados de modernos anglicismos y sofisticados power points. Pero lo cierto es que se trata de una cuestión muchísimo más simple. Un minuto tarda en transcurrir lo mismo, exactamente sesenta segundos, en la cima del Everest, en el lago Michigan o en una viña de Tierra de Barros. Si tú consigues fabricar tiempo con el máximo grado de eficiencia, tu mercado es, automáticamente, todo el mundo, todo el mundo con dinero para pagarlo. Y como en tal caso serías el mejor, acabarías quedándote con todo el mercado en la faceta que ataques: finanzas, redes sociales, recursos humanos, reservas de viajes y hoteles. En esta competición la medalla de plata es pequeñita y la de bronce no existe.

Porque ahorrar tiempo comunicándose, diagnosticando una enfermedad, eligiendo un seguro o comprando una tostadora se hace igual en Extremadura que en la campiña escocesa. Así de fácil.

Y en tercer lugar, esa fabricación ultra efectiva del tiempo y su gasto en tantos ámbitos de la vida es importante porque acostumbra a contaminarlo todo. Me explico. Que podamos quedar por wasap con nuestros amigos en un par de segundos y con cuatro palabras no significa que la amistad sea algo construible a partir de wasaps; que podamos intercambiar opiniones por el mismo medio, aparentemente gratis, desde puntos situados a miles de kilómetros y en tiempo real no significa que eso sea equivalente a una conversación cara a cara con un amigo para tratar, por ejemplo, un problema emocional; que podamos solidarizarnos en un tuit con las víctimas de un atentado yihadista perpetrado en Londres o París no nos hace ni solidarios ni comprometidos con ese dolor; que podamos leer la actualidad a través de fogonazos en las redes sociales o de un vistazo en un zapeo por la red no nos convierte en personas bien informadas.

La amistad, la confianza, la solidaridad o el conocimiento necesitan el mismo tiempo de siempre para ser auténticas realidades.

Hoy los niños no nacen con un cerebro preparado para desarrollar estos valores con la velocidad de las nuevas tecnologías, nacen con el mismo cerebro, físicamente hablando, que nacían los niños hace 30.000 años. Por eso una amistad verdadera, un amor fiel, la vocación de ayuda a los demás o el conocimiento solvente de cualquier materia, incluida la actualidad, siguen necesitando tiempo, mucho tiempo.

Francisco González, presidente del BBVA, una de las entidades financieras más importantes del mundo, no solo de España, hablaba de todo esto que planteo hace unos días y aseguraba al Financial Times: "Ahora todo el mundo habla del cambio digital, todo el mundo tiene prisa por sumarse al tren. Nuestro mejor activo es el tiempo. Y tiempo significa que ya se ha realizado mucho trabajo en términos de procesos, cultura corporativa, equipos, innovación en soluciones, etc".

Cuando internet nos permite pagar en una gasolinera acercando nuestro móvil a una máquina. Cuando nos proporciona información en tiempo real del tráfico que encontraremos camino del trabajo. Cuando nos sitúa en cualquier mapa con precisión milimétrica. Cuando ya hay plataformas audiovisuales de pago como Netflix o HBO que estrenan teleseries traducidas a todos los idiomas al mismo tiempo en todo el mundo. Cuando pronto será secundario saber idiomas porque habrá dispositivos que realicen traducciones simultáneas hablándonos al oído. Cuando los coches autónomos, sin conductor, están a menos de una década de circular por nuestras carreteras. Cuando ocurre todo eso, debéis saber como profesionales que el mundo se ha convertido en la cabeza de un alfiler. Y por tanto, queramos o no, que la competencia ya no es local ni nacional, sino planetaria.

Significa que la inadaptación o el inmovilismo son tropiezos que pueden salir caros. Un mundo en constante cambio es implacable con aquellos que dan la espalda a la innovación y se quedan un segundo o un centímetro por detrás.

Que todo el mundo tiene un acceso casi infinito a toda la información en cualquier momento y a través de cualquier canal. La clave está en el genio para seleccionar la relevante, ordenarla y procesarla. Antes que nadie a ser posible.

Y significa que nuestras sociedades van a vivir sustancialmente más tiempo y con mejor salud. Esto no es secundario, ni mucho menos. Ya comenzamos a preocuparnos por algunas de sus consecuencias más acuciantes, la principal de las cuales será atender a miles de jubilados con muy poquitos cotizantes o comprender que quizás una vida dé para cambiar varias veces de profesión.

¿No me creéis? ¿Queréis saber cómo avanza la medicina, a qué ritmo? Una empresa alemana ha desarrollado un microchip que, una vez implantado tras la retina de un enfermo de retinitis pigmentaria, permite devolverle gran parte de su vista. El microchip convierte la luz en señales eléctricas que posteriormente transmite a la retina mediante un electrodo, así pueden tomar la vía normal del nervio óptico, llegar al cerebro y ser transformadas en imágenes.

La cosa no es, pues, que empiece a ser verosímil el temor a que nos acaben dominando las máquinas y los algoritmos en esta carrera incesante contra el tiempo, es que muy probablemente ya estemos poco a poco convirtiéndonos en una especie de semi robots... ¿Veis cómo en esto la tecnología y el mundo laboral corren a velocidades que nuestro modelo político y social no son capaces de digerir cambiando en paralelo algo tan básico como las coberturas de jubilación?

Recupero las ideas de antes sobre la amistad, el amor, la confianza... ¿No es evidente que la red está operando unos cambios en las estructuras socioeconómicas tan veloces y radicales que nuestra capacidad de cambio colectivo no puede ofrecerles respuesta? La red cambia la pirámide poblacional y el modelo económico de un país mucho más rápido de lo que su sistema político tarda en alcanzar consensos y adaptarse... Los consensos, los pactos, los debates, las cesiones necesitan siempre mucho tiempo.

¿Cómo actuar entonces? ¿Qué hacer? ¿Cómo defenderse? ¿Cómo labrarse un futuro y una carrera profesional próspera y estable? Me refiero, sin opositar a una plaza de funcionario, mientras las plazas de funcionario existan con las garantías actuales, cosa que no está claro que pueda mantenerse por mucho tiempo.

Veamos lo que decía hace una semana en una entrevista en el New York Times Laszlo Bock, vicepresidente de Recursos Humanos de Google: “Una de las cosas que hemos aprendido tras analizar todos los datos de nuestro proceso de selección es que el expediente académico y la puntuación de los candidatos en los test son inútiles como criterio de contratación. Necesitas a gente a la que le guste averiguar cosas para las que no hay una respuesta obvia”.

Esas palabras aportan algo de luz. Y a mí realmente me reconfortan. Porque de algún modo respaldan la teoría de que, pese a todo, el ser humano impondrá su humanidad.

Aprobar Sociología a la primera no cambia el hecho de que yo nunca fui un gran estudiante. Quizás me hice periodista por eso, también porque me gusta meterme donde nadie me llama. Porque instintivamente me atrae la complejidad humana, sus contradicciones, sus miserias y grandezas. La suerte, la intuición y la empatía funcionan en periodismo más de lo que parece. El periodismo alumbra la verdad solo cuando trata de averiguar qué se esconde detrás de lo obvio. Y nada menos obvio que el alma humana.

Frente a la ortodoxia digital, una distopía aupada sobre hábitos y modas que nos aborregan, para mayor gloria de tres o cuatro monopolios instalados en el ultracapitalismo digital, uno que destruye la biodiversidad cultural, que nos adocena y mecaniza, existe una alternativa: dejar de comprar tiempo que solo usamos para ganar más tiempo y recursos para ganar más tiempo y más y más y así sucesivamente... Hasta que un día nos damos cuenta de que nunca gastamos ese tiempo que compramos en pasar más ratos con nuestras familias, en jugar con nuestros hijos, visitar a un amigo y conversar, ascender a una montaña, descifrar un jeroglífico, leer buenos libros, aburrirse, quedarse en silencio intentando atrapar un puñado de agua... En ser felices.

Algo especial tendrá el ser humano cuando, a pesar de Internet, la ciencia y el progreso tecnológico incesante de nuestra época, lleva siglos sin ser capaz de perfeccionar y superar una novela como El Quijote, una obra de teatro como Hamlet o cualquier cuadro de Rembrandt.

Os sugiero que empleéis el tiempo, que lo perdáis incluso, en aquellas actividades que os hacen no solo mejores profesionales, sino sobre todo mejores personas. Escribir a mano una felicitación navideña, leer poesía, mirar a los ojos de una persona que os cuenta una historia triste y llorar, apagar el móvil y olvidarse de él, ir a la ópera, pasear sin rumbo, viajar sin mapa, subir el volumen y desafinar mientras cantáis por enésima vez una vieja canción de los Rolling... ¿Lo imagináis? Todas esas cosas os ayudarán a conservar los espacios que son propios y exclusivos de la condición humana.

Creo que lo que el directivo de Google viene a decir, aunque no lo exprese con claridad, es lo siguiente: hay que estar en la red, hay que vivir en ella, pero debemos ser conscientes de que sus inercias nos someten a una carrera infinita e inhumana. Y que precisamente lo más escondido, lo más asombroso, lo más particularmente humano, lo menos obvio, es lo que, a la postre, marca la diferencia crucial entre el talento y la mediocridad.

Gracias por escucharme.

Gracias por haber elegido Extremadura y este centro para cursar vuestros estudios.

Sed felices.