La docencia universitaria ofrece satisfacciones que en pocas profesiones pueden encontrarse. Siempre me he sentido atraído por la enseñanza puesto que la transmisión de conocimientos resulta un ejercicio intelectual en el que se establece un vínculo muy singular entre el alumno y el profesor. Esa sensación, aunque teñida de juventud, ya la percibía en mi época de estudiante, pero ahora en Santa Ana puedo apreciarla con todos sus matices y facetas.
Cuando, allá por el año 2012, me entrevisté con Carmen Fernández-Daza –a quien le estoy muy agradecido por la oportunidad que me brindó- para iniciar mi andadura como profesor en el Centro Universitario Santa Ana, apenas podía imaginar lo que esta experiencia me ofrecería. Ciertamente había tenido algunas experiencias previas en el mundo académico, principalmente en cursos de doctorado, pero la realidad es que el contacto con los universitarios y la continuidad que me ofrecen las asignaturas que imparto supusieron un cambio cualitativo en mi relación con la Universidad. Mi enseñanza implica aprendizaje para mí mismo. No hay día en que no asimile algún pormenor que me permita ayudar a la comprensión de los conocimientos por parte de los alumnos, y no hay día en que no salga satisfecho y sonriente del aula con la convicción de que esos estudiantes, más o menos atentos, han adquirido nuevos conocimientos que podrán poner en práctica en su futuro profesional.
De otra parte, mi acercamiento a la ingeniería agraria me ha ofrecido una visión del mundo rural, en que se ha venido desarrollando mi trabajo de investigación en los últimos tiempos hasta alcanzar mi doctorado, que, como arquitecto, antes solo tenía tangencialmente. El patrimonio que ofrecen los Pueblos de Colonización de la posguerra en España constituye la línea de investigación en la que he venido trabajando y, a pesar de que mis estudios se fundamentan principalmente en los aspectos arquitectónicos y urbanísticos de estos pueblos, el contacto con el Grado en Ingeniería de las Industrias Agrarias y Agroalimentarias, carrera ofrecida por Santa Ana, me ha procurado una visión adicional que, desde la experiencia actual, previamente se me antojaba limitada. La capacidad transformadora del territorio impulsada desde la actividad agrícola solo puede ser entendida si uno se sumerge profundamente en el mundo agrario y esta eventualidad la he encontrado en la Universidad Santa Ana que me ha facilitado ese acceso al agro desde la ingeniería.
El mundo laboral hoy en día resulta competitivo en extremo y, sin lugar a dudas, enfrentarse a él supone un reto diario en el que, desde mi despacho, debemos resolver los requerimientos de los clientes con la máxima profesionalidad. Este es otro de los aspectos imprescindibles que intento inculcar a los estudiantes del Grado: la necesaria pericia a la hora de desarrollar un trabajo. Es precisamente aquí donde entran en liza los aspectos prácticos de la carrera. La carga docente de la misma en las asignaturas que imparto tiende a diluirse con la ejemplificación, analizando casos reales a los que los alumnos deben enfrentarse aplicando los conocimientos que van adquiriendo. Aprender de la realidad enfrentándose a ella les permite tomar contacto directo con el mundo laboral para adquirir la experiencia necesaria que pondrán en práctica una vez alcancen su titulación.
No puedo más que mostrar mi agradecimiento al Centro por la confianza que deposita en mí para formar a sus alumnos, procurando siempre que la enseñanza que reciban tenga un marcado carácter práctico que les resulte útil para su futuro laboral sin desdeñar los conocimientos teóricos que también ayudarán al estudiante en el desempeño de su futura profesión.
Mérida a 15 de febrero de 2015